¿Día de los enamorados? ¿Cumpleaños de mi primo Matías? ¿Una fecha inventada por los fabricantes de tarjetas para hacer sentir mal a la gente?... ¿Puede haber algo más material? Tengo una mejor razón para celebrar este día.
Hace 5 años, este día era como cualquier otro, bueno, casi como cualquier otro. Despertaba temprano con el desayuno en la cama, me levantaba y me iba a bañar. Me vestía ligera de ropa y bajaba a ver a mi terapeuta. Fumaba unos cigarros mientras conversábamos. Me decía que cada día me veía mejor, que encontraba que ya me faltaba poco para poder salir. Yo le contaba que el día anterior me había visitado mi entonces pololo Rodrigo, que habíamos cumplido tres meses, que estábamos más felices que nunca. Lo que le seguía era fácil de adivinar; una pequeña merienda y me acostaba a ver televisión o seguía fumando en el patio. Ese día, después de comer, no me acosté a ver televisión ni salí al patio nuevamente a fumar otro cigarro. Ese día recibí una llamada de una enfermera quien me dijo que mi siquiatra estaba ahí, que debía ir a verla.
Me encontré con ella en los sillones de la casa. Me preguntó como estaba. Yo le dije que estaba bien. Ella me dijo que eso era bueno por que ese mismo día me daría el alta. Yo no lo podía creer.
Después de haber estado un mes y medio internada en el Centro Matter, donde llegué por razones que desconocía -y que al tiempo hubiera preferido no conocerlas jamás- de un momento a otro tenía que despedirme, tomar toda mi ropa y guardarla, volver a ver esas caras por última vez y decirles que en verdad las iba a extrañar, que me daba miedo salir, abrir la puerta, cruzar la calle y volver a la realidad por que no sabía si sería capaz de dejar el nido... pero a la vez estaba feliz.
¿Cómo compensaba una cosa con otra? Era el miedo versus la felicidad de volver a ver a mi familia. El cuidado en contra de las ganas de ver a Rodrigo. Estaba en el limbo y ni siquiera podía elegir. No debía elegir. Ya había llegado al tope de la fecha de vencimiento, era momento de continuar.
Después de almorzar y de abrazar a medio mundo diciéndoles cuanto los extrañaría y cuanto me costaría pisar la vereda, llegó mi papá. Habló con mi doctora, tomó mis papeles y pensando que nunca más volveríamos a pasar por algo así, subimos mis bolsos al auto y emprendimos camino a Buin.
Mientras el manejaba, yo miraba y sentía libertad condicional. Le pedí el celular para llamar a Rodrigo. Cuando hablábamos no podíamos dejar de decirnos cuanto nos amábamos y lo felices que estábamos de que por fin podríamos estar juntos otra vez, podríamos amarnos sin límite de tiempo, no tendríamos que separarnos un lunes para volver a vernos el sábado. Sería como antes... sería hermoso de nuevo.
Cuando llegué a casa ya estaba oscuro. Mi mamá tenía una hermosa cena para 5 y ese fue otro indicio que que todo -por lo menos esa noche- estaría bien.
El 14 de febrero del 2008 dejé un lugar que me albergó por seis semanas, un lugar en el cual conocí a hermosas personas, subí de peso, me enteré de cosas que no sabía que había hecho, aprendí a amar y a extrañar más allá de lo normal, aprendí a sobrevivir con 15 años... sola con un montón de gente que por otras razones dudo que me hubieran topado en el camino.
Hace 5 años me dieron el alta y también pasé este día con una hermosa persona, en realidad con la única que he pasado este día en toda mi vida. Este día será siempre de el, como lo es noviembre, como lo es la playa, como lo son varias cosas más. Este día voy a disfrutar, como lo he seguido haciendo... por que hay mas razones para reír que para llorar.